Se llamaba Natsuko Okuyama, tenía 61 años y un hijo varón. El pasado viernes identificaron sus restos, arrojados por el mar en una playa del noreste de Japón hace un mes. Llevaba diez años desaparecida, desde que la arrastró aquella gigantesca ola de aguas negruzcas que arrasó con todo lo que se le puso por delante. Okuyama era una de las cerca de 18.500 víctimas mortales de la página más trágica de la historia del Japón de la posguerra: el desastre de Fukushima, hace exactamente una década.
10 años de Fukushima: golpe a la reputación de una energía en retroceso
La energía nuclear, objeto de un agrio debate
El accidente nuclear en Fukushima Daiichi apagó los reactores en todo el país dio alas a un debate ya existente sobre la energía atómica que Japón continúa sin solucionar.
El Gobierno de Yoshihide Suga, que el año pasado relevó al de un Shinzo Abe partidario de volver a encender los reactores, se ha fijado 2050 como fecha para que Japón alcance la neutralidad de carbono. Cumplir esta meta obliga, según los partidarios de la energía nuclear, a recurrir al átomo. Pero, a raíz del desastre, la mayoría de la población se opone a ello. Una encuesta publicada por el periódico Asahi Shimbun encontraba en febrero que un 53% de los nipones lo rechaza. Solo un 32% se declara partidario. En Fukushima, el apoyo a esa energía cae al 16%. Antes de 2011, dos tercios de la población respaldaba su uso.
Los planes actuales de Tokio prevén que hasta 2030 Japón genere entre un 20 y un 22% de su electricidad en centrales nucleares, algo que requeriría construir nuevas plantas.
“Los que hablan sobre la energía atómica son la gente en la ‘aldea nuclear’, que quieren proteger sus intereses creados”, denunciaba la semana pasada en una rueda de prensa telemática el exprimer ministro Naoto Kan, que se encontraba al frente del país el 11 de marzo de 2011 y que desde entonces se ha convertido en un crítico furibundo de la energía nuclear. “Saben que construir nuevas plantas sería demasiado caro, o que no hay manera adecuada de deshacerse de los desechos nucleares. Pero hay mucha gente a la que le interesa, y quieren que así sea”, agregaba.
“Japón tiene muchas fuentes naturales de energía, como el sol, el agua y el viento. ¿Por qué debemos recurrir a algo que es menos seguro y más caro?”, se preguntaba por su parte otro antiguo primer ministro y actual activista contra la energía nuclear, Junichiro Koizumi, del conservador Partido Liberal Demócrata (PLD, en el gobierno).
Hasta 2011, Japón contaba con 54 reactores. Tras el apagado, las autoridades reguladoras han dado el visto bueno a la reactivación de nueve. Solo cuatro están activos, y aportan el 6% de la energía que consume el país. Por contra, los combustibles fósiles representan el 70%, y las renovables, el 23,1%.
El Gobierno nipón tiene previsto presentar este verano su nueva estrategia de generación de energía para el próximo trienio. El año pasado, planteó un plan que calcula que, para 2050, la aportación de las renovables representará entre el 50 y el 60% de la cesta energética, mientras que el resto estará cubierto por una combinación de energía nuclear y de plantas eléctricas alimentadas por combustibles fósiles, a las que se dotará de tecnología para la captura del carbono.