El ocaso de la era de los titanes tecnológicos

Cae el final de un tiempo. Como la nieve sobre el ocaso de los vivos y los muertos en el cuento de James Joyce. Es la agonía de una época o su reinvención. A las grandes tecnológicas se les ha permitido durante décadas comportarse como niños irresponsables en su patio de recreo. Lo saben todo, lo conocen todo, literalmente: lo que soñamos, lo que compramos. Al igual que críos que hubieran crecido solo cegados por el brillo de monedas de oro, únicamente parecen cautivados por el reflejo del dinero y el poder. Apple, Alphabet (Google), Amazon, Microsoft, Facebook y sus derivas sociales (Instagram, Twitter, Snapchat) ingresaron el año pasado más de 900.000 millones de dólares (745.000 millones de euros). Sus empresas están valoradas en billones en los mercados y el milagro dorado ha deslumbrado a muchos de los trabajadores de mayor talento del mundo. No solo han acaparado profesionales, compañías competidoras o tecnología: son los amos del conocimiento. Manejan trillones de datos. Poseen, gracias a la inteligencia artificial, el mayor conocimiento de la historia de la Humanidad. Y surge la pregunta. Con tanto poder, ¿qué hacen por la sociedad?

Seguir leyendo

De periódicos e impuestos

Las plataformas tecnológicas han publicado el editorial de que son una especie de medios de comunicación. Pero no circula siempre información veraz, ni pensamiento crítico, ni pluralidad; ni reflejan la realidad. “No son medios porque no tienen responsabilidad sobre sus contenidos”, ahonda Andrés Ortega, investigador del Real Instituto Elcano. De hecho, Estados Unidos es la placa de Petri de lo que ocurre en otros países. Los medios tradicionales son desplazados por Facebook, Google y Twitter. Y cada vez existe una brecha mayor —narra Barry Lynn, periodista y fundador del think tank Open Markets Institute— entre unas pocas marcas conocidas (The New York Times, The Economist, The Wall Street Journal) y todas las demás. “Para salvar el periodismo independiente, los modelos de negocio, especialmente de Facebook y Google, deben abolirse”, propone. De momento, Australia ha conseguido que ambas paguen a los grupos editoriales por la publicación de sus contenidos. Un avance que muestra que resulta posible no someterse a su gravedad económica. Una brecha que abre camino.

Mientras, en la vieja Europa, los problemas son antiguos conocidos. ¿Cómo obligarlas a pagar impuestos justos? Todas tienen divisiones en países de baja tributación, pensemos en Luxemburgo, Irlanda o Bermuda. La oenegé Fair Tax Market ha calculado que las seis grandes tecnológicas han pagado 100.000 millones de dólares menos en gravámenes en una década de lo que muestra su contabilidad, usando técnicas fiscales válidas, pero inalcanzables para las pymes, o, directamente, empleando paraísos fiscales. Desde Bruselas, la voz suena, por correo electrónico, con ese timbre de lo “diplomático”. “Una fiscalidad justa es una prioridad para la Comisión Europea. Nuestro objetivo final y la respuesta preferida siempre ha sido encontrar una solución estable y global a largo plazo sobre cómo se gravan los impuestos a la economía digital”, asegura un portavoz. Imaginan que Biden puede cambiar la partida. Una mano arriesgada.

El mensaje de odio en India

India es el país que tiene más usuarios de Facebook. La red social ha sido acusada de promover contenido anti-musulmán y no eliminarlo por miedo a enfrentarse con el Gobierno del primer ministro Narendra Modi y su aparato gubernamental. “Cualquier contenido que sea un discurso del odio o que incite a la violencia debe ser retirado. No se trata de una cuestión de libertad de expresión sino de democracia, ley y orden”, reflexiona Mishi Choudhary, abogada tecnológica y fundadora de Software Freedom Law Center de Nueva York. “En países como la India, a pesar de su cuota de mercado, cuando se les ha desafiado, han recurrido al lado público, a las consecuencias positivas de hacer un ‘mundo más abierto y conectado’, y no han borrado los mensajes de odio para no enfadar al partido en el Gobierno y perjudicar sus intereses económicos”, critica la jurista.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *