La flota rusa que se quedó sin honra y sin barcos

Llevo unos días intensísimos en la guerra ruso-japonesa de 1904-1905 y su culminación en la batalla naval de Tsushima (27 y 28 de mayo de 1905). La verdad, es una contienda que nunca me había interesado lo más mínimo (pues mira que hay guerras) y únicamente me explico que haya ido a parar a ella por el deseo de escapar de esta extraña época, cuanto más lejos en el espacio y el tiempo, mejor. También es verdad que las circunstancias me lo han puesto fácil. No sólo he rememorado, repasando mis diarios de viaje —mucho más sobrios que los de Pierre Loti—, que una vez, en 2010, buscando un bar en Harajuku, en el distrito de Shibuya en Tokio, fui a parar al santuario sintoísta a la memoria del almirante Heihachiro Togo (ojo, no confundir con Tojo, el criminal primer ministro de la Segunda Guerra Mundial), el vencedor de Tsushima, sino que se han juntado como hacen a veces los astros varias lecturas relacionadas con la batalla.

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