Gustavo Petro III: un presidente abierto de nuevo al gran acuerdo nacional

Mantuvieron una reunión formal en una sala y después se fueron todos a un salón en el que les prepararon el almuerzo. Los hombres llevaban camisas claras y pantalones cafés. Las mujeres, vestidos largos. La hora de la comida debía ser un momento de distensión, pero todavía flotaba en el ambiente cierta incomodidad. Por ejemplo, Luis Carlos Sarmiento Angulo, el hombre más rico del país, no había dicho a esas alturas ni una sola palabra, según uno de los presentes. Gustavo Petro lucía en esas charlas entrecortadas esa sensación de ausencia que lo acompaña como una nube. Para romper el hielo, Verónica Alcocer, la primera dama, dio por concluida la sobremesa y dirigió a todos a una sala de muebles oscuros bañada por la luz artificial, donde ella misma ofreció habanos y licor Cointreau a los invitados. La esposa del presidente se ganó a todos y, poco a poco, los rostros severos se fueron relajando. Se vio a Petro menos encorsetado, y hasta Sarmiento Angulo, del que todos andaban pendientes, pronunció unas breves palabras. Por unos momentos, el mundo estaba en paz, todo fluía, ni el presidente era un comunista que había venido a dinamitar las bases del capitalismo, ni los empresarios unos avaros que no tienen concepto de nación.

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