El mundo que se abre para los vacunados

Las vacunas han encendido la luz al final del túnel pandémico. Pero aún queda camino para salir de la oscuridad: una persona inmunizada está protegida contra las formas graves de la enfermedad, pero puede contraer el virus y, hasta la fecha, no se sabe cuál es su capacidad de infectar a otros; aunque se presume que muy poca. Con solo el 2,8% de la población inoculada en España, no hay inmunidad de rebaño y los vacunados tienen que quedarse como están. Por solidaridad. No pueden saltarse las restricciones ni desprenderse de las medidas de seguridad, como la mascarilla. Al menos, de momento. Algunos países ya han abierto las puertas a un nuevo mundo para los vacunados: Estados Unidos, por ejemplo, les permite reunirse en interiores sin mascarilla entre ellos o con personas de bajo riesgo. La Unión Europea, por su parte, avanza hacia la creación de un certificado vacunal, como Israel o China, que permita facilitar la movilidad de los vacunados para reactivar la economía. Las voces más críticas con este tipo de pases, sin embargo, alertan de la falta de evidencia científica sobre el riesgo de transmisión cero tras la inmunización y avisan de que estos certificados amenazan con dividir la sociedad entre vacunados y no vacunados, sobre todo cuando el acceso a las vacunas es limitado.

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Discrepancias entre los expertos en bioética

Entre los propios bioeticistas también hay discrepancias respeto a las bonanzas o no de este tipo de certificados. “Si en el corto plazo ya tenemos vacunados a todos los grupos de población que tienen un riesgo de mortalidad o comorbilidad grave frente a la covid-19 [sustancialmente, los de mayor edad], el presunto riesgo de transmisión que no evita el estar vacunado, aunque seguramente lo mitigue, no pondría en peligro la vida o integridad de los grupos más vulnerables”, justificaba en un artículo en EL PAÍS el presidente del Comité de Bioética de España, Federico de Montalvo. Y aunque admitía que “desde una dimensión deontológica, lo más justo sería esperar a que existiera un acceso universal a las vacunas”, luego agregaba: “Es bueno no olvidar que una sociedad con peor economía es harto probable que tenga peor salud. Los certificados y pasaportes, pese a las objeciones comentadas, estarían, en definitiva, protegiendo la salud de la sociedad y no solo la economía”.

En cambio, Itziar de Lecuona, subdirectora del Observatorio de Bioética de la Universidad de Barcelona, rechaza de pleno cualquier tipo de certificado de inmunidad. “Afecta a los derechos fundamentales y abre la puerta a la discriminación entre vacunados y no vacunados. Pueden acabar pidiéndolo para trabajar y es dar privilegios a determinadas personas”, insiste. Y avisa de que, en cualquier caso, tendría que haber una ley que regulase este tipo de dispositivos.

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