Cuando la mente crea un salvavidas

Ahora que el coronavirus provoca vivencias que no pueden ser captadas en su totalidad por los sentidos, el infinito natural subyacente del arte romántico, inspirado en lo sublime, podría simbolizar figurativamente la inminencia de la adversidad que nos acosa. El naufragio, que William Turner completó en 1805, se convierte en alegoría no solo de la cualidad de lo inmensurable, sino también de lo que sentimos. El filósofo Edmund Burke en 1757 lo definió como un efecto que figura entre las emociones más intensas que la mente es capaz de sentir, “todo lo que opere de una manera análoga al terror es una fuente de lo sublime, es un sentimiento aterrador, pero deseado”. Lo diferencia de lo bello, que carece del aspecto de terror. Burke insiste en que una representación fiel de lo sublime, como sería la imagen de un mar tempestuoso, nos ofrece una distancia física segura de lo que se representa. Más precisamente, la emoción surge tan pronto como estamos fuera de peligro, pero aún temblando. Es, sustancialmente, como echar un vistazo a la nada constitutiva del ser.

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