Viaje a la cárcel de Isla de Pascua: “Es el paraíso”

En el pueblo, los rapanui dicen que es un jardín infantil para adultos. Un hotel. Una estancia. Cualquier cosa. Cualquiera, menos una cárcel. Las instrucciones para acceder al centro penitenciario de Isla de Pascua dan algunas pistas de a qué se refieren los lugareños. “Siga el camino de palmeras. Cuando llegue a la cancha de fútbol, a la izquierda”. En uno de los pedazos de tierra habitados más aislados del planeta, hay un puñado de reos cumpliendo condena. No hay garitas de vigilancia ni uniformados armados. Tampoco un cierre perimetral claro. El Océano Pacífico cumple esa función. Lo que sí hay es un taller de artesanía, donde los prisioneros acceden a radiales, motosierras y formones para esculpir figuras de moai de madera. Una vez lijados y barnizados, los exhiben ordenadamente en una sala de ventas. Hasta ahí llegan diariamente los turistas a vitrinear [mirar los escaparates] o comprar recuerdos. Los mismos reos los atienden y les hacen rebajas. Con parte del dinero obtenido piden a domicilio un buen atún fresco o costillar para la parrilla. Y es que de algún lado viene la idea que tienen los vecinos.

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