Stéphane Lissner: “La ópera debe abandonar su torre de marfil”

La terraza del despacho del superintendente del Teatro San Carlo de Nápoles, la institución operística en activo más antigua del mundo, se asoma al centro de la única ciudad europea impermeable a la globalización y empeñada en mantener esa identidad mestiza forjada en la desigualdad social y cultural. En esta silla se sentaron Donizetti o Rossini para poner orden al ruido que llegaba desde la calle. Tuvieron una tarea parecida a la que le ha tocado en plena pandemia al hombre que puede atisbarse desde lo alto cruzando el paso de peatones de la plaza del Plebiscito envuelto en sus tribulaciones. Tres minutos después, Stéphane Lissner (París, 1953) aparece en su oficina y pide un té. Acostumbrado a la rutina del negocio, se encuentra algo descolocado estos días ante el que asegura será el último encargo de su vida: después de Nápoles se retira. “¿La pandemia? Hay un agujero negro que empieza a las siete de la tarde donde en lugar de ensayos, recitales… no hay nada”.

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