No suele haber rupturas en política exterior, ni siquiera cuando ha sido sometida al caos de una presidencia como la de Trump. A veces ni siquiera las revoluciones consiguen torcer los imperativos que imponen la historia y la geografía. Menos iba a suceder con los cuatro años de caos, miseria estratégica y repliegue de la diplomacia que ha significado el trumpismo.
