Morada

De niño me dio por adjudicarle a una imaginaria vaca morada todas las consecuencias de no pocas travesuras. Al tiempo en que mi hermanita paseaba con correa y un perro invisible y simulaba bocanadas de humo con vaho que fumaba en cigarrillos de chocolate, a mí me dio por echarle la culpa a la vaca morada de haber dejado como la Venus de Milo a una estatuilla de porcelana o la crayoleada sixtina de una otrora blanca pared. El caso es que morado es mi color y cuando lo pienso me sobran los motivos para degustarlo.

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