Al rock viene a salvarlo un agente inesperado, Miley Cyrus. Suenan los inconfundibles acordes iniciales de Boys Don’t Cry, el clásico de The Cure. Cinco ceñudos tipos (algunos con mascarillas) atizan a sus instrumentos sobre el pequeño escenario del club angelino Whisky a Go Go. Cuando la canción ya trota libre, aparece Miley Cyrus, con unas botas hasta las rodillas, un abrigo negro de piel y un sombrero que se quitará a mitad de la canción para exhibir su cabellera rubia. Agarra el micrófono y empieza a cantar amarrada con fuerza al palo del micro. Nunca sonó tan rockera la pieza de Robert Smith.
