No es una casualidad que la prensa libre se haya desarrollado en las democracias. Así, ha sucedido históricamente que, conforme el parlamentarismo se ha ido desarrollando y las libertades reconocidas al ciudadano creciendo, la prensa —ahora llamada medios de comunicación— ha ido surgiendo, creciendo y perfeccionando su quehacer profesional. E incluso ha acontecido que un oficio en principio mal visto socialmente terminara envuelto en un halo atractivo, que permitía ganarse decentemente la vida a sus profesionales e incluso sea materia de enseñanza en las universidades. Pero, en un ejercicio del tipo “¿qué fue primero, la gallina o el huevo?”, también es legítimo plantearse si, en parte, no habrá sido al revés y la existencia de esa prensa libre no habrá contribuido de forma decisiva al crecimiento y mejora de las democracias. Es decir, si esas democracias no lo serán precisamente porque hay prensa libre. ¿Puede existir prensa libre sin democracia? La respuesta parece obvia: no. ¿Y pueden existir democracias sin prensa libre? Aquí, aunque la respuesta debiera ser igualmente obvia, hay quienes desde múltiples lugares —políticos, económicos o tecnológicos— niegan la mayor.
