Adrián Pina Pelaz tiene nueve años y es todo sonrisa. Sonríe ante las carantoñas maternas, cuando le acarician su cabello pelirrojo, sonríe cuando las fisioterapeutas mueven su cuerpo y cuando una pantalla muestra a su idolatrada Peppa Pig. Adrián sufre parálisis cerebral desde los 15 meses. Se comunica con muecas y sonidos que expresan su alegría o berrinches; unos inquietos ojos pardos analizan lo que ocurre alrededor. Era solo un bebé cuando entró en una clínica de Valladolid, donde vive, para que le hicieran una resonancia cerebral en 2012. Salió en ambulancia unas horas después, rumbo a Urgencias, tras sufrir una supuesta parada cardíaca “de 30 segundos”, según los doctores de la clínica. Ahora, la Audiencia Provincial de Madrid ha determinado que, en realidad, su corazón se detuvo durante 10 minutos por una negligencia que le ocasionó una incapacitación prácticamente total. El seguro del anestesista que cometió el error tendrá que pagar una indemnización de 600.000 euros. Los padres de Adrián suspiran con cierto alivio después de pasarse años temiendo que les dijeran que no tenían razón.
