Todo tenía un aire a experimento, a laboratorio, a revolución. Incluso el invento de Roberto Gasparotti, el realizador encargado de grabar aquel vídeo, a quien se le ocurrió cubrir con unas medias de nailon el objetivo de la cámara para dar calidez a la imagen y, sobre todo, para que el rostro de Silvio Berlusconi, entonces de 56 años y todavía sin rastro de sus tozudas cirugías, apareciese más joven. Fueron nueve minutos que se emitieron la noche del 26 de enero de 1994 en el telediario y que contenían casi todo lo que se vería en la política de los siguientes 30 años: un decorado falso, un empresario metido a político, efectos especiales, lenguaje futbolístico ―“scendere in campo” [salir a la cancha]―, el comunismo como fantasma a agitar contra los productores que debían pagar la fiesta. Fue un éxito. Cuatro veces primer ministro y la inspiración para tantos fenómenos que vendrían, como el propio Donald Trump. Hoy, medio año después de su muerte, tras 30 años de tormentas judiciales, escándalos sexuales, crisis económicas, dimisiones y decisiones que lo cambiaron todo para que todo siguiera igual, prácticamente no queda nada de aquel fenómeno.
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