Caminan por el malecón de Acapulco con algo de vergüenza. Les da pena posar para la cámara en el mismo lugar desde el que durante años salieron a trabajar. Conocen a los pocos que están aquí un medio día de final de abril bajo un sol feroz. Los saludan, sonríen amables, les chocan la mano. Van explicando: él es corredor de yates, el otro es quien los renta, aquellos buscan a los turistas que van a ocuparlo. Ahora el trabajo está casi paralizado. Han pasado seis meses desde que el huracán Otis destrozara Acapulco. Las cifras oficiales se quedaron en 52 muertos y 32 desaparecidos. La mayoría de ellos, de los muertos y de los que faltan, fueron en el mar. Marlon Valdez y Jonathan Chino, de 24 años, caminan por el malecón de Acapulco y señalan: “Ahí estábamos cuando pasó Otis, en la Marina de Santa Lucía”. Todavía más exacto: “Ahí en ese muelle”. Ahí cuidando de los barcos, ahí antes de hundirse, ahí antes de que les ahogaran las olas y el diésel, antes de nadar, brincar, enfrentarse solos a un huracán de categoría cinco. Ahí antes de sobrevivir.