El viaje que realizará el papa Francisco a Irak el próximo viernes, el número 33º de su pontificado, es un viejo empeño que ya fue cancelado el año pasado por la pandemia. También fue un sueño de Juan Pablo II que, como ningún otro pontífice antes, jamás llegó a realizar. Un encuentro pastoral y de acompañamiento a las minorías cristianas de la zona. Pero también con fuertes vínculos emocionales y espirituales a través de la visita a lugares como la llanura de Ur, en la base del cristianismo y a través del profeta Abraham, padre de las tres religiones monoteístas. El viaje a Irak, sin embargo, está siendo más cuestionado que ninguno de la treintena anterior por los riesgos que el Vaticano y el propio Francisco han decidido correr.
