Abril

Los psicólogos y terapeutas, desbordados de trabajo en la actualidad, escuchan a sus pacientes más allá de las palabras que salen de su boca. ¿Qué temores y preocupaciones profundas contienen esas palabras? ¿Qué es lo que, realmente, está diciendo el paciente? ¿Quizá se trata, incluso, de algo muy distinto de lo que significan, estrictamente, sus palabras? Mientras escuchaba a Victoria Abril en sus recientes y polémicas declaraciones sobre la pandemia, no podía evitar identificarme con la desesperación que me parecía percibir en ellas. Como Abril, resido en París, una ciudad que languidece desde hace meses, posiblemente, como otras en el mundo. Pero París no es cualquier ciudad; era la ciudad más visitada del mundo, icono de las artes, lugar de efervescencia cultural y gastronómica por siglos. Más allá de su arquitectura, impertérrita, nada de lo que hacía de París, París, existe en este momento. Al igual que en el resto de Francia, desde finales de octubre pasado, todos los museos, teatros, cines, cafés, bares y restaurantes, así como todos los centros deportivos y de ocio, y, más recientemente, centros comerciales, permanecen cerrados hasta nueva orden. Tras un segundo confinamiento domiciliario que duró desde finales de octubre hasta mediados de diciembre, en el que las escuelas pudieron permanecer abiertas, se reinstauró el toque de queda que regía previamente a las ocho de la tarde, el cual, a partir de mediados de enero, se amplió a las seis. Ahora, se aplica, asimismo, un confinamiento domiciliario durante los fines de semana en las localidades con más incidencia del virus.

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