El día que Gustavo Petro asumió la Presidencia, en agosto pasado, proclamó que “Colombia no es Bogotá” y que trabajaría para que el Estado diga “presente” en cada rincón del país. Una promesa de romper con el centralismo capitalino que pasaba, en parte, por extender la ola de izquierdas que lo llevó al Gobierno hasta las elecciones regionales del próximo 29 de octubre. La idea original era que un Pacto Histórico fuerte -por el que votaron el 50,5% de los ciudadanos en segunda vuelta, hace un año- aquilatara el poder presidencial en las regiones y ciudades para remar los próximos tres años a favor del Gobierno. Tener aliados fuera de Bogotá es clave para un presidente necesitado de apoyos, pero la capital se ha convertido en su último salvavidas.
