Los 108 cajones negros pintados con letras de calco copan todo el espacio disponible en las paredes de azulejos blancos. La caja del sujeto 303 es la única que reposa sobre una mesa en la vieja morgue del cementerio de San Fernando (Cádiz). En el interior, un cráneo con el orificio saliente de una bala deja poco margen de dudas sobre la causa de la muerte. Y junto a él, una bolsa hermética contiene dos anillos oxidados en los que apenas se lee ‘Alberto’ y ‘Dionisia’. A falta de una prueba de ADN que lo confirme, el individuo 303 ya no es un represaliado del franquismo sin nombre enterrado en una fosa común gaditana junto a 228 fusilados más. Es Alberto García Martínez, una víctima de la dictadura rescatada del anonimato por amor.
