El 28 de agosto de 2012, cuando El Niño Guerrero se fugó de la cárcel de Tocorón con la ayuda de su hermano, un cuñado y unos guardias a los que le pagó 400 dólares, ya se le conocía como uno de los “tres papás”, los tres pranes o principales del penal, como se les dice a los reclusos que se imponen y terminan gobernando algunas prisiones en Venezuela. No fue una fuga de película. Salió de madrugada por la puerta principal y se ocultó en una ciudad de los llanos venezolanos, hasta que una comisión policial, casi un año después, detuvo el carro con una matrícula falsa en el que viajaba con otros tres hombres. Llevaban algunas porciones de marihuana y él, Héctor Rusthenford Guerrero Flores, tenía una identidad falsa que se corroboró con al hacer la comprobación de huellas en la reseña policial, según la investigación de la periodista Ronna Rísquez, autora de El Tren de Aragua (Editorial Dahbar), publicado este año.
